En
las Iglesias Gnósticas más esotéricas, en particular en aquellas que son
portadoras de las tradiciones preservadas de la Rosa+Cruz, pero también, de
manera más amplia, en las Iglesias surgidas de ciertas tradiciones mozárabes,
la Alquimia tiene un lugar esencial en el corazón de las prácticas
sacerdotales. Cualquiera que sea la vía elegida, en un momento dado de la curva
astrológica, se vuelve muy importante para el Alquimista someter sus materias
al descenso del Fuego Celeste. Es así que los homúnculos, las piedras en
fabricación, pueden ser llevadas a los altares para recibir la efusión
espiritual, en el crisol de un Athanor tradicionalmente activo en luz negra.
La
rectitud del adepto (sacerdote) debe darse sin falla alguna, y el trabajo
requiere de una atención clara y diferenciada. La colocación justa en la
búsqueda es la sola garantía de una solución de la vía misteriosa; pero el guía
se expresa sólo con unos pocos signos. Los objetivos se consiguen poco a poco,
con la ayuda del Santo Ángel, el eón-guía. Cada tradición según su
procedimiento y sus secretos; pero la Rosa+Cruz tradicional propone una manera
incomparable. El alquimista y el sacerdote se reúnen en el corazón del trabajo
a medida que van utilizando los diferentes fuegos, y el fuego de la invocación
mística que, a menudo, pone en su lugar las sustancias. Para que el trabajo
funcione, el sacerdote debe ser alquimista y obrar a favor de la transformación
tanto por la práctica espiritual como por la técnica de laboratorio (ora et
labora). El alquimista debe estar abierto a la efusión del Espíritu, preparado
para percibir el descenso del Fuego Celeste en la materia. Si en el transcurso
de la misa Dios deviene perceptible en el hombre, el elixir natural es también
devuelto al Principio. Y sabemos que el aire puede cargarse con
partículas de Luz …
Tau
Sendivogius
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